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LSD:

el lado secreto de

las drogas

 

Una mirada de las drogas desde sus posibilidades curativas. Más allá de la recreación hay quienes la usan como curación.

 

 

 

 “Mi papá fue a Woodstock” dice Juan Carlos* mientras me muestra un graffiti en una de las paredes de su cuarto que reza “La Libertad a través del acido”. Llueve, es una tarde gris como cualquier otra en Bogotá.  Luego, hace su calentamiento, como él lo llama, entre colchones y ropa tendida, se sirve una taza de café, respira profundo y se come un acido. Relajado, de pocas palabras y le gusta la salsa. Este bogotano de 26 años es introvertido, sus manos sudan y su mirada tiende al piso.

 

Juan Carlos es seguidor de Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies (MAPS), en español la asociación multidisciplinaria para estudios psicodélicos, donde se defiende y se estudia el uso  del LSD y el MDMA como posibilidad terapéutica y como  herramienta para explorar la mente humana. El MDMA implica un alto grado de pureza en su composición, este polvo es  éxtasis en su máxima expresión. Por su parte, el LSD es un psicodélico que más allá de pertenecer a un movimiento contracultural de los 60, o lo que significo para José Luis Cuevas, un artista mexicano que se oponía a Diego Rivera  quien en esos años de reivindicación del acido se los inyectaba  en el cuerpo en aras de explorar la  diversidad estética, es un sintético que, según Juan Carlos con sus pupilas dilatadas,  no es neurotóxico ni adictivo, contrario al alcohol y al cigarrillo.

 

Juan Carlos consume LSD,  “es lo que más beneficio me da”, dice. “He probado muchas  sustancias psicodélicas; Peyote (un cactus muy conocido en algunos estados de Estados Unidos donde es legal), Yagé (una raíz del amazonas cuya composición de DMT la hace alucinógena), y resto más. Le pego cada tres meses o si algo me tiene azorado una vez al mes”. “Me tuesto si lo hago todas las semanas”, añade. Después de una hora, Juan Carlos se acuesta en el colchón, pone algo de música y cierra sus ojos. Siento que ya no está conmigo.  Sus pupilas están cada vez más dilatadas lo noto en el momento en que abre sus ojos, sus músculos están algo tensos y la mancha de sudor de la almohada se extiende más.

 

Hace 5 años que consume alucinógenos como forma de identificar problemas, por su efecto catártico y por la tranquilidad que le producen. Al principio eran sesiones asistidas, un grupo de 8 personas se reunían para comer ácidos con el acompañamiento de un experto. Juan Carlos dejó el grupo hace 3 años, ahora lo hace solo.  En Estados Unidos hay una clara reivindicación para que estas sustancias sean legales para terapias. Según MAPS sus efectos son enormes, curan traumas, ansiedades en enfermos terminales,  depresión y más allá de eso es la posibilidad de experimentar diversos estadios, una búsqueda por conocer los alcances de la mente humana. Con esos argumentos esta asociación ha recaudado $75,000 dólares para completar la investigación necesaria para hacer de esta una terapia legal.  Juan Carlos hizo su aporte en la campaña de MAPS.

 

Por su parte, la comunidad de médicos alude al alto grado de peligrosidad de este tipo de sustancias. El Medico Felipe Bolívar, egresado de la Universidad de los Andes, hace especial énfasis en que el abuso lleva a la intoxicación. Los efectos generados por el LSD alteran la actividad del cerebro y si dicha estimulación es muy aguda se “queda uno en el viaje”. Puesto que, son sustancias muy delicadas afirma el Doctor Bolívar.

 

La cabeza de Juan Carlos va más rápido que la mía, hace una extraña narración de lo que ve y grita eufóricamente GRACIAS ALBERT HOFMANN, Científico Suizo que sintetizó el LSD en 1938. “Colores muchos colores”, no entiendo mucho lo que dice. Con una visible sensación de felicidad Juan Carlos me extiende su mano y me agarra el hombro “compadre cómase uno, no se arrepiente”,  lo niego. Con agradecimiento me despido, esto solo me dejó  curiosidad.

 

* Se ha cambiado el nombre del protagonista de esta crónica porque así lo pidió.

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